” Cuanto mayor y más profundo sea el conocimiento de los mediadores, mayores beneficios se derivarán hacia las familias y a la convivencia en general. Es por esta razón que la mediación puede ser desarrollada desde distintos niveles1. Desde el conocimiento más transversal, que pueda ser introducido en programas de sensibilización de las escuelas primaria y secundaria, cursos de capacitación para voluntarios, asociaciones vecinales, policía, personal administrativo de la función pública, cursos de formación de niveles no universitarios hasta la formación más especializada de nivel universitario. Pero la mediación familiar debe, además, construir conocimiento y, por ello, derivar hacia un estatuto científico que articule la formación universitaria (ROMERO, 2011). Plantea el autor la necesidad de constituir la mediación como una disciplina autónoma. Si bien considera que aún no tiene un corpus teórico desarrollado, hay indicios de que cumple con los requisitos atribuidos a cualquier disciplina: un objeto de estudio propio: el conflicto y su resolución; una metodología acorde con el método científico, con unas fases estructuradas metodológicamente en torno a un proceso definido y con unas habilidades y técnicas aplicadas a lo largo de dicho proceso. Por último requiere del requisito de teorías o paradigmas en los que se asienta. En este caso se incluyen teorías sobre el conflicto, sobre la diversidad o sobre el cambio social. Este conocimiento está basado en la necesidad de adquisición de competencias que permitan un adecuado desempeño profesional, así como el desarrollo de teorías. Coincido con RONDÓN y con RONDÓN y ALEMÁN cuando señalan las competencias profesionales que debe desarrollar un mediador familiar. Las competencias generales incluyen: el manejo de conflictos, las habilidades para las relaciones interpersonales, el trabajo en equipo, el compromiso y la capacidad de análisis. Entre las competencias específicas se señalan: …” (Bajar artículo completo).