Las religiones han estado sometidas a ataques durante mucho tiempo. Y, sobre todo, están siendo agredidas por los medios de comunicación: los circos periodísticos y la implacable programación de televisión presentan al Islam como sinónimo de terrorismo y al cristianismo como una banda de sacerdotes pedófilos.
El objetivo es destruir la religión. ¿Por qué razones? Aclaremos este punto, yendo en contra de la corriente, esto es, contra el único pensamiento políticamente correcto. En el mundo posterior a 1989, es decir, en la época del fin comunismo histórico, la religión sigue siendo el último baluarte concreto contra la expansión de la mercantilización total y del mercado real y simbólico. Por esta razón, el capital debe declarar la guerra a la religión en todos los sentidos.
La religión nos recuerda que la divinidad es trascendente: es el Dios del cielo. Ya por esta sencilla razón, la religión de la trascendencia ejerce una crítica radical contra esa religión de la inmanencia que es la economía: esta última simplemente pretende ser la divinidad permitida, en la forma reificada del monoteísmo del mercado.
El ejército Brancaleone (en español diríamos “el ejército de Pancho Villa”, N.del T.) de los llamados “laicistas” se engaña a sí mismo pensando que el gesto más emancipador que se puede hacer es hacer mofa del Dios cristiano o islámico. Ellos -desde Odifreddi hasta Scalfari- no cesan de oponerse a todos los Absolutos que no son el inmanente de la producción capitalista, el monoteísmo idólatra del mercado: el secularismo integrista, en todos sus grados, es la culminación ideológica ideal del fanatismo del mercado.
El ateísmo militante y fanático del ejército laicista, además de ser más religioso que las religiones en su impulso fundamentalista, promueve la religión del libre mercado: todo ataque es pensado para que el orden económico hegemónico no pueda ser cuestionado. Este es el marco de la globalización capitalista, en el que “The Economist” se convierte en el “Osservatore Romano” de la globalización y las inescrutables leyes del Dios monoteísta se convierten en las leyes inflexibles del mercado mundial. Como todo monoteísmo, el del mercado también pretende ser el único y neutralizar así a cualquier competidor.
¿Entenderá la Armada Brancaleone de los laicistas que la lucha contra el Dios tradicional es, en sí misma, una de las piedras angulares de la actual globalización capitalista, que se basa precisamente en la neutralización de toda divinidad que no coincida con el monoteísmo de mercado? El enemigo no es el Islam, sino el integrismo económico de la civilización del consumo, ante la cual el Islam -al igual que el cristianismo- tiene el gran mérito de no ceder. En esto se resume lo que Heidegger llamó “divinización” (Entgötterung).
Entgötterung corresponde a la huida de lo divino determinada por ese olvido del ser y del hombre generado por el dominio del nihilismo tecno-capitalista que redefine todo como mercancía y como valor de cambio. Después de haber iniciado la disolución de la ética burguesa (1968) y de haber llevado a buen término la destrucción de la fuerza que la había limitado en el corto siglo (1989), después de haber despolitizado de nuevo la economía mediante la aniquilación de los Estados democráticos soberanos, el capital absoluto procede hoy a la aniquilación de todas las religiones distintas de las de la inmanencia del mercado monoteísta. Por esta razón –que se sepa- los que hoy luchan contra las religiones continúan la misma lucha defendida por el capital.