El 19 de noviembre del año pasado se realizó en Santiago el seminario “Estado actual de la mediación en Chile”, al que invitó el Colegio de Mediadores de Chile.
Uno de los expositores fue Felipe Viveros, quien expuso el tema “Conflictividad y Cultura Democrática. En su ponencia sostiene que nuestra figura colectiva está modelada por registros de enormes conflictos colectivos: la conquista, la colonización, etc., fenómenos que han dado lugar a elites de poder, con el consiguiente desarrollo de esquemas de autoritarismo, conflictividad y subdesarrollo, ejercidos por el estado, la iglesia, los poderes políticos, por grandes próceres que forjaron la patria.
Por otra parte en todo el mundo hoy vivimos en un medio conflictivo; muchos autores señalan que encima de la creación de la cultura hay grandes crímenes, genocidios, etc.
Nuestro país enfrenta dos grandes demandas: Por un lado, Bolivia, nos tiene demandados ante la Corte Internacional de La Haya, y por otra parte, estamos demandados ante la Corte Internacional de Derechos Humanos por no reconocer los derechos de los pueblos originarios.
Chile ha sido históricamente un país autoritario. Partiendo de nuestro lema nacional, “Por la razón o la fuerza”, cuando debier ser al menos, “Por la fuerza de la razón”.
Recordemos que nuestro país expandió sus fronteras en base a conflictos armados, cuyas consecuencias nos siguen pasando la cuenta hasta hoy.
Si revisamos la historia, estamos plagados de ruidos de sable, golpes militares, cuartelazos, boinazos, tancazos, tacnazos, complots, ejercicios de enlace, matanzas colectivas como las del Seguro Obrero, la de los mineros del norte en la escuela Santa María, matanza de mapuches, etc.
Todos recordamos lo que pasó en Chile desde el año 1973 para adelante.
Revisando la historia, nos encontramos con Ramón Barros Luco (más conocido por el sandiwch que lleva su nombre), fue el principal gestor de la guerra civil contra Balmaceda; él decía que hay 2 tipos de conflictos: el 98% de ellos no tienen solución, y el 2% restante se solucionan solos.
Chequeando los siglos anteriores nos encontramos con las luchas obreras, que si bien hoy no se llaman así, aún persisten. La conflictividad mapuche es un fenómeno imparable.
Por otra parte, nuestra Corte Suprema ha sido signo de un gran autoritarismo; pero hoy al menos reflexiona su quehacer, lo que no hacen otras instituciones.
Seguimos desencantados con un modelo económico liberal que aplasta a los pobres mediante las colusiones (de las farmacias, de los pollos, del papel higiénico, etc.), y también nuestro frente valórico está en decadencia.
Pero en nuestro país ha existido culturalmente la negación del conflicto. Revisando autores como Gabriela Mistral, Guillermo Blanco y muchos otros nos encontramos con la idea subyacente de si podremos convivir juntos o no.
Este autoritarismo está presente en el tema de la mediación en Chile y en quienes lo manejan: el Ministerio de Justicia.
Hoy tenemos un sistema de mediación en el que sólo importan las metas; tenemos un sistema que explota a los mediadores en pos de metas incumplibles; la carga siempre se pone en la sospecha, en los controles, en incentivos perversos.
¿Y qué pasa con las otras mediaciones?
Tenemos que dar un salto, debido al enorme crecimiento de la clase media. Los países desarrollados pasaron por este fenómeno hacia los años 60; nosotros lo estamos viviendo ahora.
Debemos hacer cambios urgentes; debemos abrir los palacios de justicia a todos los ciudadanos. La Corte Suprema, que fue históricamente signo de gran autoritarismo, al menos hoy está reflexionando.
Hoy sabemos que la mediación sola no funciona; debe estar integrada en un modelo.
¿Cómo proyectar ese concenso a los políticos? El gran problema de nuestro país es la enorme fragmentación de los actuales sistemas de mediación: para unos es arbitraje lo que para otros es mediación, dependiendo del tema, si es consumo, familia, salud, penal, comunitario, laboral, etc.
Mediadores de Chile, tenemos una gran tarea por delante.